sábado, 24 de marzo de 2012

"En la mascarada del arte sólo cabe la bondad de los indignos" (A. F. Verdú)

   Quizás podríamos plantearnos que la obra de Carlos Carmona comienza a partir de una revisión de los objetos, y atisbar, desde lejos, alguna posible relación con lo que fue el pop español, más cercano a lo povera que al claro sentido de la sociedad de consumo americana en donde se centran sus raíces. Y aunque sabemos que esto no es así, es indispensable poner alguna referencia para adentrarnos si acaso a nivel estético en su obra, pero como lo que nos interesa realmente es desenmascarar lo que hay detrás de esta aparente imitación de la realidad, aprovecho mi condición de amigo, conocedor de su obra, para pensar que a Carlos no le interesa demasiado la belleza formal, ni el brillo de sus maderas nobles y ni siquiera el importante y vibrante sonido de su música. Hay algo que se nos escapa, y no es la importancia del espacio vacío que hay entre sus cuerdas, sino la necesidad del hombre para que el objeto pueda vivir intensamente, el instrumento, la escultura visible es la excusa, la belleza que no se esfuma, que no perece, el pretexto para contarnos la historia de una ausencia, el hombre que no está, el viajero, el músico, aquel que estuvo, el que no vemos, al que no oímos, pero al que esta obra crea un cordón umbilical que nos hace sentir que esta ausencia posiblemente es la nuestra. Tocar la ausencia no es fácil, este es el reto, el sonido de la llegada y el adiós.
   Qué importa si se habla de la vida o de la muerte, porque indudablemente esta escultura es nuestra propia memoria.
Rafael Maestro Lozano

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